El café y la ironía de la vida
Los cafés instantáneo, de grandes cadenas y el descafeinado parecieran una ironía de la vida, en el caso del decaf me pregunto si el que inventó la fórmula lo hizo para quien ama el café pero padece de insomnio, o para el que sencillamente se ha apegado tanto a la bebida, que usa esta alternativa para no dejar la costumbre.
Luego tenemos el café de las grandes cadenas industriales, veneradas por muchos, producido en grandes escalas que rayan en la explotación humana, es un café pasado de tostión como estrategia para que genere un fuerte aroma y atraiga a los afanados transeúntes que circulan cerca de sus amplias fachadas y locales, atrayéndolos hacia sus robustas máquinas de expresso y luego despachándolos rápidamente con un café preparado en segundos que luego en su mayoría es endulzado porque al final una bebida que termina con un sabor a rescoldo achicharrado no tiene otra alternativa, aunque el usuario queda hasta agradecido porque su nombre fue puesto en el vasito, reflejo de como el sistema le ofrece placebos a su rebaño, como si se tratara del soma de ‘Un Mundo Feliz’ de Aldous Huxley, se teje una distopía que termina como siempre en estos casos haciendo una oda al consumismo desbordado.
Finalmente queda el instantáneo, que entre la mala imitación de sus empaques para buscar ser atractivo como los anteriores se queda en un intento de algo que ni puedo entender, es como esa gente que llena de vacíos emocionales, se juntan con otros para intentar ocupar los espacios de los mismos vacíos que tienen esos otros.
Será que estas bebidas comerciales son solo infusiones sin esencia que caen simplemente en lo superficial de un mercado, algo que está ahí para atrapar a incautos y desprevenidos?
Lo que esta claro es que dista mucho del producto que se cuida con las manos y se valora con un criterio más personalizado, como el café de origen, que además tiene historias para contar, familias con legados y tradiciones detrás, fincas ubicadas en un ambiente único, el cual describe los sabores que representan su origen y contiene características de esa área específica en donde el café fue cultivado, recolectado, seleccionado, secado, etc. para obtener un grano con pergaminos completamente cerrados que indican trabajos minuciosos de control de calidad, y especialmente de entrega y de pasión.
El gusto por el café no es espontáneo, sino que debe cultivarse, igual que sucede con todas las bebidas, y con las amistades por ejemplo, en donde la diferencia radica en la calidad y no en la cantidad, en los momentos y las personas que los recrean, en el sabor de boca que te dejan.
Una bebida que inició como tradición en Etiopía desde el siglo XI dónde se registran las primeras plantaciones, que actualmente cuenta con más de 25 millones de fincas familiares en unos ochenta países que cultivan alrededor de 15 000 millones de cafetos, cuya producción termina en los 2250 millones de tazas de café que se consumen a diario, me hace pensar que la analogía con la ironía de la vida calza muy bien.
Estamos entonces por ahí, tomándonos el café como por salir del paso? como una rutina más para combatir los afanes de la vida? por cordialidad o pena? porque no hubo más?
Lo que si puedo concluir es que en términos de gente hay unos que se parecen al descafeinado, muchos a los de grandes cadenas y otros se resumen en un instantáneo. A qué grupo pertenecemos?
Del café aprendí a diferenciar las personas que bien seleccionadas nos regalan hermosas pausas, eternos presentes, al degustar sus momentos y lo que nos ofrecen, porque vienen con una historia detrás que vale la pena escuchar.
Qué podría decirse entonces de las relaciones, y los besos descafeinados, pasados de tostión y que vienen en fórmulas instantáneas?